Llegar a las conclusiones que muestro en este escrito no me ha sido nada fácil, he reflexionado mucho sobre ello y confieso que de no ser porque dichas reflexiones me han llevado a conclusiones positivas hubiese dejado el mundo del arte para siempre.
Tener que reflexionar sobre pretendidas obras de arte que parten de la locura, que enseñan horror, que producen asqueo y repugnancia no es nada fácil, menos cuando nuestra cultura lleva infinidad de años orando ante una imagen que representa a un cadáver crucificado y cuyo cuerpo enseña la gran saña con que fue torturado y también cuando existen cientos de obras de arte en las que se representan a humanos vivos y muertos, mártires, obras que enseñan decapitados, quemados, crucificados, comidos por fieras; San Sebastián, San Juan Bautista, Juana de Arco, etc.
O sea, obras llenas de imágenes terribles a las que estamos acostumbrados y que en nuestra cultura comprendemos su fin por los sentimientos que nos provocan. Aunque cabe preguntarse que opinan de ellas otras culturas distintas.
Por otra parte, de ahí mi reflexión, el arte contemporáneo esta sacando a la luz obras cuyas imágenes nos provocan asco, repugnancia y horror, tanto, que algunas de las galerías que las enseñan, previamente advierten al mirador que podrían herir su sensibilidad. Aunque miradas con objetividad su carga de horror no es más fuerte que las que representan las referidas de carga religiosa.
¿En que se diferencian pues las obras de carácter religioso a las obras contemporáneas de David Nebreda, Joel-Peter WitKin, etc.?
Sencillamente en que las primeras “significan”, son iconos, van mucho mas allá de lo que enseñan, representan a valores dignos del y para el ser humano. Representan el amor, la bondad, el sacrificio y un largo etcétera de factores que le son necesarios a nuestro espíritu. Claro que en ellas también cabe nuestra maldad, pero siempre vencida, superada y perdonada por el amor a la humanidad que en la misma obra se valora.
En las segundas, el mundo del arte se equivoca representando el horror como horror, el asco como asco y la muerte como muerte, sin más.
Constatan que el loco no pierde su poder productivo pero su obra es locura real, cruda, sin ficción y su resultado es una obra sin naturaleza, sin valores, sin creatividad, vacía. Como mucho, sus valores pertenezcan al mundo científico, cuyas conclusiones de estudio pudiera ayudar en la curación de la enfermedad que el autor padece.
El arte es precisamente lo contrario, es la cuerda e inteligente ficción presentada como realidad que a veces nos parece una locura por su elevada carga de naturaleza y valores, ellos irremediablemente nos muestran la gran belleza de la que somos portadores como humanos.Si sabemos interpretar nuestros propios sentimientos, los que las obras nos provocan, sin duda sabremos si estas merecen ser catalogadas de obras de arte o no. Las obras de arte sirven para comprendernos como seres humanos, comprender nuestra naturaleza, las que no lo son, solo nos pueden enseñar lo crueles y horrendos que podemos llegar a ser cuando perdemos la razón.
No puede entenderse como arte aquello que daña a sus creador, aquello que va en contra de uno mismo, de su naturaleza.
Y los hombres que se olvidan de su naturaleza, pierden su humanidad y por ello se convierten en monstruos del que los demás debemos defendernos.
Las realidades no deben de esconderse en el arte, pero es precisamente por eso que nos exige la responsabilidad de presentar nuestras obras siempre con una puerta abierta a la esperanza, ello hace resaltar nuestra cordura.
No existe el arte de la locura, solo existe algo que es producto de un loco y si se examina de forma exhaustiva lo que de el dicen o refieren parte de doctorados, críticos y otros elementos que lo defienden observarán la gran cantidad de vacío que es portador el fantasmal contenido de sus divagaciones oratorias o escritos que, como válvula de escape y a modo de escondrijo para el error que cometen, refieren siempre al, del y para el autor y nunca a los valores de la obra de este y ello corrobora tres cosas, que en alguna parte del camino perdieron su humanidad, que sus intereses no concuerdan en pro del arte y que yo tengo razón, hemos de defendernos de tales monstruos por el bien nuestro.
Al fin y al cabo el arte también es un arma para usar contra el enemigo.
Cuando pinto intento representar la belleza de la vida, está claro que también incluyo en ese intento la aceptación de la muerte, sin fealdad, sin horror, sin asco, pero sobre todo sin miedo. Enseño en esos intentos que sé y no de forma intuitiva, que la vida seguirá después de mi muerte y que soy consciente de que moriré por el hecho de estar vivo, aún así no huyo del encuentro con lo bello en dichos intentos porque mi humanidad me lo permite.
De todas formas, yo siempre he pintado a Jesucristo vivo porque pienso que el ser humano no es cruel ni horrendo. A Jesucristo no es necesario pintarlo muerto ni siempre con el mismo rostro, representándolo vivo es suficiente y por ello no deja de ser lo que realmente es para los que creen en él; amor y esperanza.
Me niego rotundamente a denominar como arte aquello que es producto de la locura.Concebir el arte como parte de la negatividad del espíritu es indigno de la razón humana.
Espero que la locura no sea contagiosa, por lo visto la ambición es su primer síntoma.
Espero que la prueba siguiente no moleste ni hiera a nádie, en todo caso pido perdón si así fuese. ¿Que sensación le causa cada una de las siguientes imágenes? ¿En que las diferencia?